La montaña te observa,
impasible decide sobre tu vida.
Y si lo desea te deja ascender hacia su cima.
Muchos creen que penetran una tierra sin
más, un reto más en sus vidas, y allí, en vez de ver una montaña callada, sólo
ven su ego con un reto más. Antes de dar un paso, aprende a pedir permiso a la
montaña, o al guardián de la montaña. Y si no crees en nada, aprende a pedir
permiso dentro de ti, a tu alma. La montaña elegirá si te deja pasar, si te
caes, si te mareas en el viaje, si te quedas sin alimento, si tu vida corre
peligro.
La montaña es un Ser. Realmente en esta
sociedad apresurada hemos olvidado lo que siempre se supo: la Naturaleza es un
gran Ser, un espíritu amable y compasivo. Los árboles, las flores, los arroyos,
incluso las rocas tienen vida, una vida que se descubre ante los ojos inocentes
y respetuosos. Tras varios días durmiendo en la montaña, tal vez un espíritu
amable que viva en el bosque te muestre algo de su interior. Tal vez tu
arrogancia no te permita conocer nada más del bosque, nada de las piedras, de
los árboles.
Muchos preguntan: ¿Qué te dice un árbol?
En tu lenguaje, nada. En aquello que
conoces, en ese dialogo repetitivo y superficial que vives en tu día a día, el
árbol no dice absolutamente nada, es más, puede que se ría de tu idiotez. Un
espíritu con más de 100 años, con más de 1000 años, que bordea todos los
árboles de la ladera de aquella montaña te mira con curiosidad, tú que intentas
escucharlo y ni si quiera lo respetas.
Y cuando tu mente se calma y escucha,
cuando tu corazón se abre y siente, en esa percepción sutil, el río es un canto
divino, la roca te susurra desde su interior, los árboles te mueven y te
envuelven. Y así, en su vaivén, en su extraña conversación, en sus juegos, tal
vez te dejen pasar y te digan algo más allá de tu creencia establecida.
Mira la Naturaleza como un ser vivo,
como un espíritu sabio y consciente. Primero aprendiendo a respetar tu propia
Naturaleza, luego aprendiendo a descubrir aquella que te rodea: el agua, las
montañas, las rocas, el fuego, el aire. Tu rostro, tu tiempo que pasa, tu fluir
en la vida, tu pelo, tu piel, tu cuerpo, tus pies sobre la Tierra. Aprende a
bendecir lo natural.
La montaña tiene alma, una conciencia
sutil y evolucionada que escucha, se comunica y se mueve. Tú puedes ver la
montaña quieta, a disposición del sino de fuerzas superiores, y así, de igual
manera, desde lo ignorante, uno puede ver al humano quieto, detenido en su
tiempo, a disposición de cualquier fuerza que lo dirija denominada destino.
Pero cuando alguien descubre realmente al humano, descubre un mago guerrero,
responsable de su propia vida y de su destino.
Altaïr García Alonso